«Una mujer que logra la serenidad es una mujer que ha dejado de luchar.» (Anne Sylvestre)
Pequeño aparte: Cada vez que intento publicar este texto, algo hace que es necesario bonificarlo. Leí hace unas semanas que los Marlins de Miami contrataron a una mujer como gerente general. Por lo tanto, Kim Ng es la primera mujer en ocupar este puesto para un equipo 100% masculino en una liga norteamericana mayor. En definitiva, es hoy 7 de diciembre que publico este texto. ¡Brindo por tí, Kim Ng! Y aprovecho esta oportunidad para brindar también en memoria de todas las mujeres que cayeron el 6 de diciembre 1989 bajo las balas del misógino Marc Lépine mientras estudiaban la ingeniería en la escuela politécnica de Montréal.
Ciertamente me llamarán «feminazi». Tal vez incluso el insulto vendrá de otras mujeres y hasta este texto me hará ganar la infame etiqueta, ¿quién sabe? Y sí, me importa, porque la palabra está cargada con un sentido que, de hecho, no tiene ninguno. Laura Bates, fundadora del Everyday Sexism Project, escribió en un artículo titulado «Diez formas de saber si eres una 'feminazi'» publicado en The Guardian, que es «más fácil que lo creamos que se le atribuye a una esta etiqueta ofensiva y sexista; lo único que se ocupa, es la osadía de denunciar las desigualdades de género». Hoy quiero denunciar a las que no quieren denunciar.
Vivimos en una época sorprendente en la cual unas mujeres ya no quieren identificarse como feministas porque están demasiado avergonzadas de ciertos grupos feministas drásticos. Es lamentable porque cuando uno lo piensa bien, estos pocos grupos son un reflejo de nuestro tiempo: extremos y sin matices. Este rechazo del feminismo por parte de las mujeres es el mundo al revés, un poco como si un político ya no quisiera ser político cuando Trump asumió la presidencia hace cuatro años... Como si el hombre naranja se convirtiera en la efigie de todos los líderes del mundo. Difícilmente me imagino a un diputado electo susurrando un: «Soy tu diputado, pero shhh no lo digas tan fuerte por si acaso me asocien al Trump. ¡Baja tu tono!». Rozaría el ridículo, la verdad. La comparación es poca coja, por supuesto, pero la idea básica es clara como un hermoso cielo azul de verano. Y es muy claro, un cielo de verano.
Entonces, señoras, ¿por qué ustedes? ¿Por qué dicen todo el tiempo: «No soy feminista, pero...»? No feminista, ¿pero? ¿Pero qué exactamente? ¿No feminista, pero queriendo igualdad? ¿No es un poco como cuando nos agrada un muy chico ordinario, pero fingimos que no para mantener las apariencias? Si leemos la definición de la palabra maléfica en el Larousse de la manera más neutral posible, ser feminista es simplemente unirse a un «movimiento militando para la mejora y la extensión del papel y de los derechos de las mujeres en la sociedad.». ¿Qué mujer no quisiera iguales derechos, verdad? ¿Qué mujer no quisiera disponer de su vida sin depender de nadie y ser considerada con iguales oportunidades para funciones de envergadura? Decir de sí misma que no somos feminista es negar alegremente esta necesidad y no hay otra lectura que hacer sobre esta negación. Una constatación es una constatación, punto. It is what it is.
Pero las entiendo al mismo tiempo, ustedes las refractarias de la «palabra-en-F-que-no-es-F-U-C-K-pero-que-está-prohibida-en-su-vocabulario». Vivimos en una época en la cual se vuelve complicado que nuestra voz importe, aunque a primera vista nunca pareció tan fácil con la proliferación divina de las redes sociales, de los blogs y podcasts, y su accesibilidad. Cada una de nosotras puede encontrarse un pequeño nido cibernético acogedor si tal es nuestro deseo y así dar rienda suelta a nuestra creatividad en materia de «blablá web». Además, la palabra «feminismo» se utiliza de todas las maneras posibles. A veces da náuseas a los hombres como si fuera un pedazo duro de grasa que podrían haber masticado accidentalmente mientras comían un bistec. Y como la madera seca alimenta el fuego, decuplica la rabia de los célibes involuntarios, los Incels, contra el sexo femenino. Dicho esto, podemos recordarles lindamente a los caballeros despectivos que la libertad, la independencia y la igualdad de oportunidades no son opciones facultativas para agregar a su carrito de compras como si las hubiéramos escrito en nuestra lista de cosas para comprar. Este es el paquete básico, ni más ni menos.
Ser feminista no significa aceptar todas las luchas, todas las batallas y todas las causas. ¡No hay necesidad de ser supermujeres, come on chicas! ¿Quién dijo que hay que defender a la viuda y a la huérfana a toda costa? Sin embargo, es un peso que algunas se ponen sobre los hombros. Hay diferentes tipos de activismo, por cierto. Hay el de las FEMEN, mediatizado, muy polémica, las chichis al aire a cual más en eventos políticos cuidadosamente seleccionados, pero también hay el de las mujeres comunes, unidas, empáticas y abiertas. En mi opinión, este tipo de feminismo es el más difícil, porque la empatía no siempre es una reacción natural u obvia. Después de todo, tenemos todas nuestras ideas preconcebidas, nuestros prejuicios y nuestras limitaciones. Es la naturaleza humana. Es difícil ayudar a una mujer en una búsqueda personal que una no puede comprender. Echarse una mano a pesar de todas nuestras diferencias resulta ser un gesto elocuente.
Si el feminismo demasiado débil o comprometido de unas no siempre nos conviene (evidencia indiscutible, como es el caso de todos los grandes movimientos), es porque hay tantas visiones diferentes como hay de mujeres en este mundo. Algunos ven a la sexóloga egipcia Heba Kotb como una pionera, ya que usa el Corán para educar a los hombres sobre la importancia de complacer sexualmente a sus parejas (¡Leíste bien!), pero otros la ven más como conservadora debido a su posición anti-masturbación femenina (¡También leíste bien!). ¿Evolución u obstáculo para el desarrollo femenino? ¡La vida es complicada!
Mi propia visión del feminismo, por ejemplo, hace rechinarles los dientes a las mujeres obsesionadas con el estilo de vida occidental. No tengo nada en contra de lo occidental, pero él no tiene la verdad absoluta. Estoy más por el derecho a elegir y eso, aunque este derecho esté teñido de costumbres, prejuicios, preferencias que no son mías y que me empujan. El aspecto humano precede a las ideologías, idealmente, pero nunca en detrimento de la voluntad real de una mujer dominada por la idea de vivir la vida que ella quiere. Es demasiado fácil reducir a una mujer a su asimilación, especialmente si vive en una sociedad patriarcal y sexista y que sus hábitos están influenciados de tradiciones. Es igualmente fácil hacer la vista gorda ante las flagrantes desigualdades en nombre de estas tradiciones (escisión, matrimonio forzado, asesinatos por honor, esclavitud, body shaming, etc.). Sin embargo, forzar un cambio puede provocar un retroceso inesperado. ¿Un ejemplo, quizás? Esto es lo que sucedió en Irán en 1979. La mujer iraní de los setenta, a quien la monarquía de la época había impuesto un poco (mucho) el glamoroso estilo de vida de los europeos, de repente participó muy activamente junto a los mulás en la revolución islámica para derrocar al Sha y así respaldar las palabras del ayatolá Jomeini, abandonando la minifalda por el chador. Forzar el cambio puede sabotear abiertamente el empoderamiento de las mujeres.
Es altivo sermonear a nuestras hermanas sobre elecciones de vida reflexivas y deseadas (al menos sin tratar de comprender sus motivos), como si no tuvieran cerebro para pensar. El cambio, para que realmente funcione, tiene que tocar la fibra sensible. Si se nos impone sin que haya una verdadera movilización, nunca tendrá el mismo efecto. A veces hay que respirar por la nariz y tener mucha paciencia. Ver a ciertas mujeres típicas (caucásicas, con la boca arrugada como un ano por el abuso de las cabinas de bronceado, vestidas de sudaderas con capucha con la imagen de la bandera tachonada de estrellas, una gorra y un tinte platino) hablar en apoyo del líder supremo naranja después de su desbandada pos-erección (oops, quiero decir elección), me digo a mí misma que en realidad es muy tentador sacudirlas un poco gritándoles: «¡A las mujeres como tú las agarra by the pussy, wake up!». Ok. Quizás no a mujeres como ustedes. Pero bueno, a mujeres. A otras mujeres ... (¡Inhala y exhala, Marie-Eve! Elige tus peleas y recuerda tu propio consejo. ¡Ah! Y deja de juzgar a las suburb women, se necesita de todo para hacer un mundo y acabas de escribir que tenemos que ser tolerantes. Deben haber votado por Trump por una razón calculada, ¿verdad? ¡Uf! Es difícil ser inclusivo.
Esto es en lo que creo (no te desmayes): en la inteligencia de la Mujer, en su juicio, en su experiencia. Debería poder ser ama de casa si quiere, a pesar de todos sus títulos. Poder practicar su religión (aunque consideremos esto arcaico) de acuerdo con lo que crea que es bueno, incluido el uso de símbolos religiosos (¡a pesar de que nos molesta!) sin que sea penalizada económicamente o juzgada por algo diferente a sus habilidades. Poder elegir a quién y cómo hace el amor. También poder tener una buena follada (sorry not sorry) con un extraño sin que la llamen una chica fácil. Poder broncearse monokini en la playa sin traumatizarse porque su vecina de tumbona prefiere el burkini, y viceversa. Tener derecho a abortar o tener a su bebé. Ser elegible a ser admitida en cualquiera cohorte de su elección, en la universidad, no porque «encaja» en una cuota, sino por lo que es. Poder casarse con el hombre que ama sin ningún permiso, vivir en pareja con una mujer o permanecer soltera. Poder disponer de su cuerpo como mejor le parezca, tatuarlo, lucirlo, ocultarlo, venderlo (¡sí, incluso eso!) o mantenerlo virgen, agregarle nuevos senos o ni siquiera usar sostén, aunque nos parezca que le falta elegancia y que la gravedad no la favorece.
Estoy convencida de que la mujer tiene que elegir por sí misma. ¡Esto es el nervio de la guerra! Es demasiado fácil afirmar que su juicio siempre está sesgado por años de esclavitud y estereotipos. A veces todo está pensado con pleno conocimiento de los hechos, incluso si el resultado disgusta a personas «como yo», occidentales al más no poder e independientes a lo máximo. La educación sigue siendo la llave de todas las puertas. Cuanto más acceso tengan las mujeres a la educación, más pensadas estarán sus decisiones y más introspección tendrán. La ecuación es simple, pero no simplista.
Hasta mi deporte de predilección, el boxeo, las desigualdades son espantosas. Las mujeres hacen rounds de dos minutos mientras que los chicos hacen de tres. Las mujeres hacen diez asaltos en peleas de campeonato y los chicos doce. Sé que algunos de ustedes van a decir poniendo los ojos en blanco: «No me digas que las boxeadoras se quejan porque quieren más tiempo para partirse la madre». En realidad, no. Es la falta de justicia aquí lo que duele, más que los golpes extra que unas podrían recibir. Las dudettes quieren el mismo trato que los dudes. Así. De. Sencillo. Dos minutos, tres minutos, no importa. Estoy comenzando un aprendizaje de cutwoman. En el lenguaje del boxeo, esta es la persona que cura los cortes y trata de parar la sangre entre los rounds. Ya me pregunto cómo voy a hacerme un micro lugar en este universo tan masculino. ¿Quizás un boxeador o una boxeadora me dé una oportunidad? Si bien tengo que desafiar muchos prejuicios para practicar esta actividad, ser mujer nunca me ha impedido seguir adelante. No importa el destino final, el camino será mi verdadero viaje.
Mujeres de hoy, seamos guardianes de los derechos adquiridos y demandantes de los derechos a adquirir para las generaciones futuras. Eliminemos de nuestro inventario de frases prefabricadas el «No soy feminista, pero». Seamos amables la una con la otra, respetando el ritmo de los demás, mientras cuestionamos el statu quo. No estemos celosas. Seamos abiertas. Seamos felices con los éxitos, grandes y pequeños, de nuestras hermanas. No seamos ni ciegas ni sordas. Y señores, ayúdennos a llegar a la cima. La vida es mucho más bella cuando todos somos libres de ser felices.
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