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Las ganas de escribir


"El silencio es una admisión". - Eurípide


Las estaciones se parecen todas. No importa que arbolen un abrigo diferente, que tengan sus propios colores, su olor específico, me parecen tan similares las unas de las otras que ni siquiera sé en frente de qué momentito selecto pisé esta diáfana línea de tiempo.


El desplazamiento monótono de las estaciones me robó las ganas de escribir. Hace ocho meses que no publico nada. Ocho largos meses. Ocho meses preguntándome de qué podría hablar. Yo que encontraba a menudo inspiración observando a los demás, durante casi ocho meses, casi no vi a nadie. Poco a poco, no tuve nada que decir. Es una locura todo lo que puede apagar un toque de queda. Hace un siglo que este toque de queda ya se acabó, pero se quedó en mi vida como un edredón cómodo. Apenas estoy empezando a sacarme de él, pero el verano ya casi se termina, lo que agrava algunas de mis heridas todavía en carne viva.





Y aquí estoy hoy tratando de explicarte lo que es la pérdida de las ganas de escribir. No, no es este famoso síndrome de página blanca. Habría podido rellenarte el cráneo de ignominias, de banalidades, hallazgos personales y rabia pandémica, como muchos lo han hecho desde casi dos años. Habría también podido enfadarme con el gobierno, adherir a teorías descabelladas, lléname con amargura, pero no lo hice. La pérdida de las ganas de escribir es un mal mucho más profundo que una simple página en blanco que uno decide dejar virgen de garabato. Es no encontrar ni brillo ni belleza en las pequeñas cosas de la vida. Es levantarse por la mañana e ir a la cama por la noche sin sentir la más mínima diferencia. Es llenar espacios, hoyos, con todo tipo de rellenos efímeros, es contar los segundos.


Pero con el verano que de repente avanza, siento renacer de sus propias cenizas esta pequeña llama que arde en mí. De repente, me convierto de nuevo en una mujer entera, una mujer que comienza de nuevo a decirse que no solo hay ojeras en este reflejo que el espejo le regresa. Me veo hermosa a pesar de todas mis curvas exageradas, mi blancura fantasmagórica que lo ha ganado a mis intentos de bronceado, y todas estas nuevas pequeñas arrugas que nacen. Puede ser el hecho de que probé mis trajes de baño, ayer, y que me encontré aceptable en ellos. Y si no he podido observar a nadie durante ocho meses, yo me observé bien a mí misma.


Yo y mis noches de insomnio.

Yo y mis preocupaciones.

Yo y mis esperanzas, a veces falsas.

Yo y mi optimismo inquebrantable.

Yo y mi necesidad de ser vista.

Yo y mis ideas de grandeza, mis proyectos locos, mis ambiciones inigualables.


Yo yo yo.


Parece tan egocéntrico escribir esta palabra. Yo. Pero incluso los menos egocéntricos de todos tendrían esa palabra en la boca después de tantos meses a contar los copos de nieve que caen, los tréboles que salen y las nubes que pasan.

Pero la nieve se derritió, ahora. Y pasó la primavera. Estamos en verano, estoy vacunada. Y el sol regresa. De repente, me atrevo a hacer proyectos. Historias. Canturreo cancioncitas francesas de los viejos tiempos. Algo como Balavoine. "¿Qué puede salvarnos? ¡El amor![1] "... Comí langosta esta tarde. Y acabo de reservar boletos de autobús para Montreal. Es un primer paso. Escucho en bucle el nuevo álbum de Charlotte Cardin. Observo a mis vecinos tratando de arrancar del terreno diez millones de dientes de león, a riesgo de tener lumbago. Leo September Love[2] antes de irme a la cama por la noche, como si el mero título me impulsara en septiembre, cuando todos tendremos dos dosis y probablemente un plan de viaje en la mira. Y para mí, tal vez un poco más de ganas de escribir, no hace falta decirlo.


Porque volverán algún día estas ganas de escribir. Como un deseo de azúcar que surge sin previo aviso. Las ansias del pastel de queso inevitablemente terminan por volver. El deseo de escribir volverá igualmente. Porque el verano me permite muchos placeres culposos, como mirar a estos hombres panzones cortar su césped el torso desnudo. Eso, extrañamente, suele inspirarme, al menos algunas sonrisas. Y también es el período en que comenzamos a ver algunos bronceados dudosos nacer. Porque el bronceado de verano de algunas mujeres es hilarante cuando llevan mangas cortas un día, tirantes finos otros días y cuellos en V, luego en U, o sin mangas ni tirantes, o que se olvidaron de quitar su medallón antes de tirarse a tomar sol, engrasadas como motores de automóviles ... Eso también, me inspira suficiente, la verdad. Sin embargo, no puede superar la piel anaranjada de algunas. (ALERTA: abuso de aceite de zanahoria) y su boca arrugada como un ano (ALERTA: abuso de sol a secas). Yo digo puras tonterías, lo sé. Pero es una buena señal. Sí, es una buena señal.


Sí, el verano ya está bien iniciado. Yo refunfuñé contra los mosquitos que se emborracharon de mi sangre como si yo fuera el Santo Grial, exclamé frente a las increíbles puestas de sol en el río, como solo hay en el este. Me hice una pedicura y mis uñas son de un rosa brillante que excita a todos los hombres. Estoy empezando a soñar con ver a Marie-ève Dicaire ganar de nuevo un cinturón en el otoño. Y pienso quizás poder ir a México en octubre. No quiero emocionarme demasiado rápido, pero lo creo cada vez más. México, volar en avión, Librado, el boxeo, Marisela, el Cervantino[3], unas micheladas, taquitos al pastor a las tres de la mañana, paletas de fresa con crema o de tamarindo, tragos de mezcal con sabores dudosos. Sin darme cuenta, progreso hacia las páginas completas.


Tengo cada vez más ganas de escribir. Poco a poco. Solo deseo que me esperes, que tengas un poco de paciencia para eso.

Solo un poco.




[1] Sauver l’amour, canción de Daniel Balavoine. [2] September Love, escrito por Lang Leav. [3] Festival Cervantino, famoso festival de Guanajuato.

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| par La vie est un piment

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