"Por lo general, se inscribe una vida entre dos números delimitando el recorrido terrestre, la entrada y la salida, a cargo de este, el evocado matemático, para resolver esta ecuación llena de inédito que plantea el punto intermedio. "(Jean Rouaud)
Cuarenta. Cuarenta años. Cuarenta libras de sobrepeso (tal vez cincuenta o sesenta). Ciertamente no ayuné cuarenta días en el desierto como el hijo de Dios, es obvio. Porque de lo contrario, no tendría que cargarme cuarenta semanas de jogging asiduo para atenuar mi muffin top.
Cero. Cero hijos. Cuarenta años y cero hijos. Parece un puntaje de 0-40 en el tenis. Pero incluso en 0-40, el juego aun no termina. Todavía creo en mis capacidades, a pesar de mi revés ordinario y que no soy Bianca Andreescu.
Cero hijos, tal vez, pero dos sobrinas y dos perros. Porque necesitamos niños y perritos en una vida digna de este nombre. Los animales y la infancia son adorables al mas no poder, y eso, a pesar de que el primero deja su pelo en todos nuestros suéteres favoritos y el segundo hace lío al igual de un huracán de categoría cinco en todas partes de la casa.
Diez amigos de verdad. Cada uno de ellos se coloca en un dedo de mis manos y los mantengo en equilibrio, a pesar de la distancia, de las diferencias culturales y de nuestros respectivos backgrounds. Venero la diferencia. Me siento tan bien cuando nado en aguas tormentosas... Eso da un promedio de 2.5 nuevos amigos por década, lo cual, pues sí, es más que respetable, teniendo en cuenta que hoy en día, todos declaran su amistad a cualquier tipo tan rápidamente. "Mi tal amigo que conocí hace una semana haciendo un like en sus fotos de Instagram... Mi tal amiga a quien conocí en una conferencia sobre el calentamiento global en Montreal el mes pasado. Mi amigo que nunca vi pero con quien hablo tan a menudo en Feisbuc, bla bla bla...". De estas diez personas magníficas, cinco son más que amigos, son como familia. Entonces tienen el derecho de contarme todo, sin filtro, y reclamo lo mismo.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. Porque soy una grande romántica que lo esconde tan bien que juraríamos lo contrario. Tengo la cara de una no romántica, disgustada por las ramas de flores y las cajas de chocolate (¡sí se puedeeee!), Pero estoy secretamente obsesionada con películas como Los puentes de Madison (Lloro todas las lágrimas del mundo cuando el fotógrafo gitano se va de la ciudad para siempre en su camioneta) y My Blueberry Nights (¡por el beso a sabor de pie de arándanos del final!). Además, me encanta la relación magnética entre Chuck Bass y Blair Waldorf en Gossip Girl. Por más que sea antiguo material televisivo de la época de los teléfonos celulares doblegables, el simple hecho de que Blair y Chuck terminen juntos nos da la esperanza de que el amor supere al mal, pase lo que pase, y esto, aunque el paseo resulta ser caótico.
Once estancias en Estambul. Bueno, estoy contando viajecitos de uno o dos días, pero ¿hay alguna regla diciendo que una escapada de cuarenta y ocho horas no debería contar oficialmente? Hasta fui allí durante ocho horas, una vez, el tiempo de un traslado entre El Cairo y Montreal. Bueno, seis horas en la ciudad, en realidad, porque tuve que regresar al aeropuerto dos horas antes de tomar el avión. Lo sé, estoy loca, la verdad, ¡pero no puedo imaginar estar en el aeropuerto de Estambul y no disfrutar de todo lo que amo! Me escapé como un chiflada huyendo de un instituto psiquiátrico hacia las calles pululantes de la parte europea para ir a comer dos hamburguesas ıslak, beber dos vasos de té, comprar pastelitos en Hafiz Mustafa, tragar una tarta de fresas de Çigdem Pastanesi, comprar delicias turcas para mi colega Maryse en Koşka, así como una sudadera de algodón en LC Waikiki y pasearme por los callejones de Eminönü, free as a bird. Luego regresé al aeropuerto para tomar mi vuelo como una buena chica bien educada, mis bolsillos llenos de bolsitas de café instantáneo con almáciga.
Nueve trabajos. Digamos que mi espectro de ocupaciones ha sido bastante amplio. Yo fui niñera (de una multitud de niños), "periodista" (el uso de las comillas es esencial aquí) cubriendo béisbol menor durante un verano completo (Bueno. Mi trabajo consistía en atender a partidos de béisbol y describir los puntajes en el periódico regional. Toma muuuucho tiempo la verdad, un partido de béisbol de niñitos de cinco años), telefonista, representante a la promoción de servicios de telecomunicaciones, luego representante de servicio al cliente de la misma empresa, analista de negocios especializada en mejora continua, maestra privada de idiomas (incluso enseñé francés a turcos por Skype), líder del taller en español extracurricular, coordinadora de servicios en la oficina de asuntos internacionales de una universidad mexicana (me pagaban con comida a la cafetería y wifi gratis, un deal perfecto para mi) ...
Una boda. Un sola. Es suficiente. Simplemente no entiendo a aquellos que coleccionan matrimonios. Algunas personas hablan de sus uniones anteriores como de sus cicatrices: "Lupita fue la mujer de mi vida, pero me dejó para Panchito porque dijo que yo era demasiado peludo y me negaba a rasurarme abajo del cinturón. Luego, me casé con la bella Gisela, mi amor de la infancia, pero no sabía que estaba loca. Me divorcié de ella después de dos años después de que ella me persiguió con un hacha en el jardín. Desde entonces, he estado comprometido dos veces, una con Celina y otra con Pascualina, pero sí, las dos estaban celosas como ni te imaginas de mi mejor amiga Martina porque antes era mi amiga con derecho, así que las dejé y decidí impedirme de salir con mujeres con un nombre terminando en ina de mi futura cita. Hoy estoy casado con Elizabeth, anteriormente Ludovic. Ella tiene hermosos senos. La cirugía, en nuestro tiempo, hace pequeños milagros". En resumen, matrimonios repetidos, no creo que sea para mí. Es mejor estar sola que mal acompañada, como diría mi padre, o al menos, más vale saber cómo elegir al que nos acompañará por un tiempo.
Cien. Cien favoritos en todo. Mi amiga Lizzy hasta me creó mi propio hashtag (#top100Mary), ya que mi definición de favorito es amplia. Tengo favoritos en todo. Periodistas favoritos, cantantes favoritos, chefs favoritos, futbolistas favoritos, boxeadores favoritos, actores favoritos, escritores favoritos, ciudades favoritas, políticos favoritos, idiomas favoritos, razas de perros favoritas. Mis registros son de geometría variable: cambian según mis estados de ánimo. Y estados de ánimo, tengo muchos.
Cuatro años. O un poco menos, no importa. Viví cuatro años en México, al comienzo de mi vida como mujer. Cuatro años bailando quebradita, amando locamente a la mexicana (como Thalía tan bien lo canta), llenándome de jícamas espolvoreadas con limón y Tajin, pasándomela bien chingón con Roxana o Marisela, haciendo autostop para parar autobuses en la autopista (hay muchos "autos" en esta frase, Dios mío) para ir a la playa, a estudiar la metacognición, el control de calidad de Kaoru Ishikawa y la teoría del constructivismo de Jean Piaget. Cuatro años escuchando a Ricardo Arjona, descubriendo a Diego y Frida, leyendo a Octavio Paz, admirando las buganvillas, estos pequeños pedazos de paraíso encarnados en árboles, siguiendo a los Yaquis en el béisbol, al Tri en el fútbol y a Ana Guevara en su conquista de los grandes estadios del mundo. Cuatro años de micheladas, de tequila, de telenovelas, de autobuses urbanos, de cocos en la laguna, de Internet a baja velocidad, de televisión en blanco y negro con un par de tijeras como antena, de fines de semana en la casa de Luly para lavar mi ropa y comer barras de yogurt congelado. Cuatro es un número hermoso.
Cinco penas de amor bien gachas.
Siete mudanzas de ciudad en ciudad.
Trece. El número de Mats Sundin cuando jugaba con los Nordiques de Québec.
Veinte. El de Anton Stastny.
Veintiocho. Hizo veintiocho años en septiembre desde que conocí a mi mejor amiga.
Tres minutos, la duración de un round de boxeo.
Cien años de soledad, de García Marquez.
Dieciocho. El exacto día en cual cumplí este edad, Lady Diana murió.
1979. Mi canción favorita de los Smashing Punkins.
Entre cero y cuarenta, mi vida, como una mochila, contenía una gran cantidad de números, y hasta tengo la osadia de echarle números que van mas allá que el 4 y el 0. Irónicamente, nunca tuve una mente muy matemática, pero lo que sí sé es que seguiré contando por un buen rato más.